Columna de Daniel Matamala: Otra vez octubre
Columna de Daniel Matamala, Diario LA TERCERA , Domingo 4 de octubre de2020
Las imágenes son estremecedoras.
Varios videos muestran cómo un carabinero empuja a un adolescente y lo hace
caer al lecho del río Mapocho. El joven de 16 años queda tendido en el río
hasta que algunos civiles, y luego bomberos, lo rescatan.
“Quiero desmentirlo: por ningún motivo
Carabineros arrojó al menor”, dijo el teniente coronel Rodrigo Soto. “Ya basta
que personas digan cosas que Carabineros jamás ha cometido. Eso nos causa mucho
dolor (…), aún hay sujetos que no sé con qué intención inventan situaciones en
redes sociales”, agregó.
Después de todos los informes
internacionales constatando violaciones contra los derechos humanos, este
primer viernes de octubre sugiere que poco y nada ha cambiado.
“Desde el retorno a la democracia, las
Fuerzas Armadas y Carabineros se han mandado solos”, confesaba hace dos años el
exministro del Interior José Miguel Insulza. Ni el fraude del Pacogate, ni el
montaje del caso Huracán, ni el ocultamiento de evidencia tras el asesinato de
Camilo Catrillanca, ni haber dejado ciegos a Gustavo Gatica y Fabiola
Campillai…, nada es suficiente para reformar una fuerza policial que es incapaz
de regenerarse por sí misma.
Seamos claros: la inmensa mayoría de
los carabineros son personas honestas y bienintencionadas, que quieren trabajar
en beneficio de la comunidad. Pero la institución ha degenerado a tal punto,
que el ocultamiento de acciones delictivas se ha convertido en un instinto, un
tic nervioso que hace a sus autoridades ocultar pruebas, negar hechos evidentes
y acusar a otros por sus propias faltas.
El Alto Mando de Carabineros, capturado
por una lógica tribal, actúa como una institución autárquica en conflicto con
parte de la civilidad, y no al servicio de esa misma sociedad. Y, por lo mismo,
se da el lujo de dividir a Chile en amigos y enemigos: trabajadores de la salud
o de los camiones; manifestantes del Apruebo o el Rechazo, son medidos con
distintas varas cuando protestan en la vía pública o cometen alguna infracción.
Esta suerte de policía ideológica llega
a extremos tragicómicos: mientras la revista Time proclama a LasTesis como una
de las 100 personalidades del año en el mundo, Carabineros se querella contra
sus integrantes. Y hace unas semanas, usaron sus focos para evitar la
proyección lumínica de un símbolo mapuche en Plaza Italia, en una actividad
patrocinada por un programa del Ministerio de las Culturas.
Cada vez que un funcionario es
agredido, como en el criminal ataque con bombas mólotov contra dos carabineras
en noviembre pasado, los videos policiales que muestran lo ocurrido son
difundidos en cosa de minutos. Cuando esa evidencia, en cambio, les perjudica,
es sistemáticamente ocultada o destruida. Las investigaciones de la fiscalía
reciben dilaciones y obstáculos en vez de la colaboración de quienes deberían
ser los primeros interesados en establecer la verdad y sacar las manzanas
podridas de su cajón.
El gobierno tuvo siete meses de
relativa calma, por la pandemia, para acometer la reforma de Carabineros y
establecer mecanismos de control. En vez de hacerlo, se convirtió en su aval
incondicional. Cuando Contraloría, cumpliendo sus atribuciones legales,
investiga el eventual incumplimiento de protocolos en el uso de la fuerza, el
ministro del Interior ataca al ente fiscalizador, diciendo que “no se puede
debilitar la acción de Carabineros” y prejuzgando que “los cargos van a ser
desvirtuados”.
El gobierno del hortelano, no fiscaliza ni deja fiscalizar.
En junio, tres carabineros denunciaron,
sin más evidencia que su testimonio, que se les había negado atención en el
Hospital de Melipilla. De inmediato, el entonces ministro del Interior, Gonzalo
Blumel, prejuzgó los hechos y acusó “una traición al juramento médico” y “un
acto de discriminación inaceptable”.
Tras el sumario, el fiscal administrativo
desechó la denuncia. En vez de disculparse con los injustamente atacados, el
actual ministro del Interior, Víctor Pérez, acusó de “superioridad moral” y
“soberbia” a los representantes de los trabajadores de la salud.
Es inaceptable que el gobierno divida
al país en amigos a los cuales se ocultan sus pecados, y enemigos a los que se
condena antes de siquiera investigar. Más aún cuando se trata con esa doble
vara a dos grupos de servidores públicos: carabineros y trabajadores de la
salud.
Tampoco es coherente que La Moneda dé
plena credibilidad a los informes internacionales cuando tratan de Venezuela,
pero los minimice o cuestione cuando esas mismas organizaciones denuncian
abusos en Chile. “No he visto ninguna sentencia en esa dirección”, respondió
esta semana el ministro del Interior ante las violaciones a los derechos
humanos constatadas por organismos como Human Rights Watch o las Naciones
Unidas.
Cuando cualquier persona, con o sin
uniforme, dispara a otra un escopetazo en la cara, o lo empuja al lecho de un
río, debe responder ante la justicia por su acción. Pero cuando lo hace
abusando de las atribuciones legales y el armamento que nosotros le entregamos
para protegernos, la reflexión es más profunda. ¿Por qué ese carabinero vio a
un civil como su enemigo? ¿Qué señales recibió desde arriba para actuar de esa
manera?
Tras 30 años de democracia, la
jerarquía de Carabineros sigue anclada en las lógicas de la dictadura, actuando
como una fuerza de represión social antes que como garante de la igualdad ante
la ley. Nuestra sociedad merece una fuerza policial confiable, y miles de
carabineros honestos merecen trabajar en una institución respetada por la
comunidad a la que debería servir.
¿Cuántos abusos, cuántas mentiras, cuántos
muertos más se necesitan?
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